El hombre a régimen permanenmte que perdió un kilo solamente

por josé Monforte

Muchos de ustedes pensarán cuando hayan leido el título de esta charla que qué tienen que ver los regímenes con unas jornadas sobre gastronomía.

Pero creo que los regímenes, como los Macdonals, son una amenaza para los gastrónomos. Una dieta, que es la consecuencia del regimen, significa renunciar al ibérico de bellota, a las salsas, a las bobas de medio kilo, a las papas fritas y a las inigualables croquetas...a no ser que estas sean de soja...que es ahora la solución para todo.

Si un día en los carnavales de Cádiz fuera famoso Pepe El Sopa, hoy en día el hombre más famoso del mundo es Pepe el Soja, el que introdujo la soja en Europa. Quién no ha visto ya leche de soja, aceite de soja, soja en baguetes, picos de soja, yogures con soja, garbanzos con soja, menudo de soja, soja en adobo, gazpacho andaluz con tropezones de soja, los famosos choricitos de Soja, flan de soja, albóndigas de soja en salsa de soja, bisté de soja sobre mousse de soja y guarnición de soja crujiente...y de postre arroz de soja con leche de soja y su picadillo de isoflavonas.

La obsesión por la línea recta es un problema para el gastrónomo amante de la línea curva. Porque es de líneas curvas una papa, un buen melón, las habichuelas, los garbanzos y jamás han sido cuadrados los bistés de vuelta y vuelta, las pijotas enroscas o las bombitas picantes.

Ahora se lleva el hombre enclencle que se alimenta de leche de soja y no ve ya una vaca ni en el anuncio de La Lechera. El hombre que se alimenta de isoflavonas, de krispis de kelos, de kiwis y pomelos y al que se le mienta la palabra mollete con pringá y se desmaya de la impresión.

Es por tanto hora ya de luchar contra el enclenclismo, contra el tío que se cae al suelo de un soplio. No al regimen.

Planteemos la gran pregunta. El gordo nace o se hace. Es de nacimiento o es víctima del vicio, como diría el obispo de Mondoñedo.

Hoy les voy a contar la historia de un gordo, a regimen permanente y que después de años y años perdió un kilo solamente.

Entre el hombre y el hambre hay muy poca diferencia, solo una letra. El hambre es inseparable al hombre pero el hombre quiere separarse del hambre, es un amor no correspondido.

Nuestro hombre con hambre vio la luz en un quirófano del Puerta del Mar. Dejémonos de romanticismos. El hombre con hambre no nació en La Viña, ni en el Mentidero ni en un chalé de Chiclana frente a la Barrosa. Qué se dejen de pamplinas esos que dicen: Yo nací en el barrio de la Viña y mi madre no miraba a la Meca sino a la Caleta. Cuando vi la luz dos caballitas volaron por encima de una patera mientras un coro de cangrejos moros cantaba la nana marinera. Pamplinas. Hoy los niños el único verde que ven no es de las olitas del mar, sino el del baby del médico que lo saca pafuera.

Pesó cuatro kilos y doscientos gramos y ya la ATS cuando le preguntaron que se parece más al padre o a la madre, penso para sus adentros...a lo que se parece es a una croqueta de carne del puchero.

Hay una cosa que les gusta mucho a las abuelas de los niños y es verle las piernas y comprobar que se les forman unas anillitas porque el niño está llenito. Este niño nacido con hambre no era llenito, sino rellenito, tenía las piernas como un paquete de molletes de Espera.

Es curioso porque un niño gordo es una gracia de Dios...Con un añito es una gracia de Dios. A los 7 años ya es solamente una gracia y a los catorce el gordo se da cuenta de que el ser más ancho que largo es una desgracia.

Pero el gordo lactante es feliz. Todo el mundo es feliz a su alrededor. Si se las ponen por delante se come hasta las cortinas del cuarto de baño y no da problemas. No está estreñio, come a sus horas, llora poco por no gastar energías y claro, la primera palabra que aprende es papa. Cuidado, no papá, sino papa y en unos meses aprenderá también bisté con papa en una demostración de la adaptación del hombre al medio.

Cuanto disfrutaba su padre cuando lo cogía después de comer para que el niño se durmiera la siesta. Era algo violento con lo del erutito, porque podía llenar con el tres bombonas de butano, pero en un ratito solamente, una vez expulsados los gases sobrantes, aquel niño alcanzaba el nirvana y se quedaba dormido en los brazos del padre durante tres horas. Lo que el padre no sabía es que aquel niño no buscaba el cariño paterno sino el olor a berza de tagarninas que tenía el padre después de comer, sobre todo cuando un poquito del caldo se caía en la camisa haciendo que el aroma aún fuera más embaucador.

A aquel niño era de los que le engordaba hasta el humo de la freidora y así cambiaba de talla cada dos horas y media. A los nueve meses en vez de ponerle un pijama pa dormir, le ponían un mono de Astilleros.

Si tú le preguntas a un tierno infante cual es el primer recuerdo que conserva de su niñez pues te dirá cosas diferentes: Si va para ecologista dirá que su primera estampa fue cuando le echó maíz a las palomas en el parque Genovés antes de qué Teófila exterminara a este animal. La primera vez que se bañó en La Caleta y se pinchó con el caparazón de un burgaillo será el primer recuerdo de un niño poeta carnavalesco que de mayor escribiría a ese burgaillo asesino, que me quiso quitar la vía pinchándome en un pie.

La primera vez que vio la nieve fuera del vaso de tinto de verano será el primer recuerdo de un niño que cuando sea mayor será aficionado a...la química, y si el niño dice que lo primero que recuerda es a su prima Asunción que está pa irse de excursión es que de mayor quiere ser sátiro.

Pero aquel niño lo que recordaba era su primer arró con habichuelas, aunque fuera pasado por la minipimer para que este niño con hambre se las pudiera comer a gusto. Qué dia aquel más feliz y cuanto hubiera dado por ser niño prodigio y haber atinado el solito a coger el plato entero y tragárse el potaje de una vez en vez de tener que esperar a qué mama se lo diera a cucharaditas, incluso a veces haciendo el avión, cuando el lo que quería más bien es que la madre le hiciera el camión volquete y le echara el guiso pa dentro de un tirón.

Aquel niño fue creciendo en medio de la felicidad en la que vive un niño. Hasta que llegó el día de su Primera Comunión. Su primera comunión con Dios también trajo su primera comunión con el hambre y su primer régimen.

Nunca había comprendido porque tanto jaleo para recibir el cuerpo de Dios. Para él era mucho más misterioso un freidor y nunca había necesitado formación previa para acudir. El instinto le decía que las croquetas se comían de un bocao y el adobo necesitaba al menos dos, dependiendo de cómo estuviera ese día de generoso el gallego con el cuchillo.

No había necesitado catequesis para aprender a comer el cuerpo del choco, no entendía porque entonces hacía falta tanta clase para comerte una cosa minúscula como una hostia y, para colmo, mojada en vino. Si por lo menos la mojaran en caldo del puchero estaría más apetitosa pensaba nuestro pequeño niño obeso para sus adentros.

Andaba el niño obeso en estas disquisiciones metafísicas sobre el cuerpo de Cristo, viendo flaquear su fé a tan tierna edad, cuando un día su madre le dijo que iban a ir a comprarle el traje.

¿De que quiere ir vestido mi niño? Pregunto ilusionada Mama una mañana en la que el niño obeso estaba viendo Barrio Sésamo tirado en el sofá y trufando la visión televisiva con un paquete de sobaos pasiegos tiernos y un batido de chocolate Ram en su tetrabrik de litro y medio.

Pensó para sus adentros. Yo quiero hacer la comunión vestio de Gonzalo el del Faro, pero recordó que ese uniforme nunca lo había visto en el escaparate de Vicente del Moral. Por tal de no dar un disgusto dijo: Mama, yo quiero ir de marinero.

Qué humilde es mi niño dijo su madre emocionada. No ha dicho de almirante, ni de cabo primero, ni de ingeniero experto en telecomunicaciones, ha dicho de marinero raso. El tierno infante había dicho eso porque a el la carrera militar le hacia menos ilusión que la carrera de 50 metros lisos.

Era una tarde de abril. Hacía algo de calor. A nuestro niño le sobraba esa tarde la rebequita, pero su abuela había insistido no fuera ser que cogiera relente porque este niño si abre la boca lo coge todo. Avanzó divertido por Colmuela acompañado de su familia materna. Pidió una pizza de atún y piperoni a su paso por el Don Pan de Columela, pero no obtuvo el consenso familiar y se quedo con hambre.

A las 7 y 37 minutos entraban por la puerta de Vicente del Moral. Su madre se dirigió al dependiente que llevaba colgado un metro del cuello. Miré usted, muchacho, me pone un traje de marinerito pal niño. En Cádiz todos los dependientes se llaman Muchacho, lo cual es una gran ventaja para los que tenemos poca memoria.

Bueno, volvamos al tema. No fue un momento fácil para nuestro tierno niño gordo. El dependiente de Vicente del Moral lo miró de arriba abajo. En un instante comprobó que aquel niño no iba a desfilar con Vitorio y Luquino en la presentación de la moda tanga hombre primavera verano 2005. La mirada fue tan asesina que nuestro tierno niño gordo se escondió detrás de su madre. El dependiente del metro en el cuello dijo tres veces no con la cabeza. El tierno niño gordo pensó que esta sería la famosa triple negación de Pedro que le habían enseñado en la catequesis.

"Voy a medirle el contorno" dijo amenazante el dependiente que manejaba el metro como el látigo de Angel Cristo. Uf. Para este niño no hay talla dijo como si fuera Pilatos cuando se lavó las manos. Mire señora para comprarle un traje de marinero a este niño mejor que se vaya usted a San Fernando a una tienda de efectos navales.

El efecto depresión entró en aquella familia. Salieron de Vicente del Moral con peor cara que Aznar después de haberse encontrado en el caldito que le hace la Botella un pelo de la barba de Llamazares.

La vuelta por Columela fue horrible. La abuela dijo que tendría que hacer la primera comunión con la túnica de La Palma, porque es lo único que le cabe al niño. Al pasar por el Don Pan ni se atrevió a mirar al expositor y tan sólo suspiró hondo para al menos captar el olor del piperroni de una pizza que le estaban poniendo a dos con pinta de ser de Wisconsin, porque tenían menos coló que un plato de papas cocías.

La cena fue en silencio. Tan sólo se escuchaban los sorbios del caldo del puchero y el tilín tilín del hielo del tinto de verano que cada noche se tomaba su padre, no importa cual fuera la estación del año, porque aunque estuvieran a cuatro bajo cero y estuvieran congeladas las campanas de la Catedral el tinto seguía siendo de verano.

Cual sería la sorpresa del niño cuando su madre después de retirar el plato hondo del puchero se fue como cada noche para la cocina a traer el esperado segundo plato. El tierno infante, con la inocente intención de ganar tiempo ya tenía preparado el tenedor para ser el primero en meterle mano a los bisteles. Pero su madre no portaba la deseada fuente de bisté con papas sino una cruel ensalada de escarola, pero sin atún ni ná, ensalada de escarola sola.

De postre no hubo aquella noche el pack de cuatro unidades de Flan Dhul, sino una cosa cambenba que su madre llamaba pera, que era fruta del tiempo y que es muy sana. ¿Te la pelo?, le pregunto al chiquillo

El dependiente de Vicente del Moral había sido el detonante de aquella terrible situación. Pero lo peor de la noche estaba por llegar. El padre, cuando apuró el último sorbo del tinto de verano sentenció: A este niño va a ver que llevarlo al médico.

Qué vergüenza, aquel niño que aún ni podía ir al Infierno porque no había confirmado su fe ante la Iglesia y ya se veía presentado como gran pecador ante un médico. No durmió aquella noche. Pensaba en su madre presentándole ante el endocrino. Aquí le traigo al gordo, doctor. Me coserá la boca y solo podré tomar leche desnatada y fanta de limón o a lo mejor me pone a hacer flexiones en la Sierra de Grazalema y no me deja descansar hasta que a base de golpes de barriga logre poner la montaña plana, a nivel del mar.

Qué le diría a sus compañeros de clase. Si al menos tuviera cargados los aductores como Figo, pues estaría bien faltar al colegio por ir al médico. Pero decir que faltaba a clase porque tenía que verlo el gordólogo no quedaba nada chachi piruli.

Por una vez no deseaba que llegara la mañana para comerse los dos donut con chocolate, el colacao en taza de Spiderman, el pan con manteca que siempre le prepara la abuela, los churros que ha dejao el padre en la mesa antes de irse a trabajar, dos lonchas de chorizo con pan integral y un zumo de naranja para que no le falten vitaminas para la clase de matemáticas que es a las 12,40 y tiene mucha complicación.

Aquel tierno infante, aún sin hacer la Primera Comunión se enfrentaría al primer regimen de su vida. El endocrino llegó a la conclusión de que aquel niño estaba sobrealimentado y que por tanto habría que ser más estricto en su alimentación que la Guapa con el número de camarones que le pone a cada tortillita.

El gordologo eligió para el joven en pecado el famoso regimen del niño pocabajo.

El regimen del niño pocabajo es la principal aportación científica del famoso médico italiano Piero del Mondongo.

Nacido en Parma, Piero del Mondongo revolucionó el mundo de la gordología con su famosa teoría del bambino reversi, alimento desparramesi. Este famoso concepto fue expresado por primera vez por el galeno en el congreso de Gordología de Tijuana en 1954 y desde entonces no ha parado de ganar adeptos. Aunque sé que muchos de ustedes dominan el italiano les diré que el concepto expresado es muy sencillo. Si al niño se le pone a comer pocabajo, pues la mitad de lo que va en la cuchara se cae al suelo: En palabras del propio Del Mondongo: Pasta no tragata, pasta no engordata.

Y así comenzó nuestro pobre niño obeso su riguroso regimen. Bien se lo dijo el endocrino a la madre. El chiquillo puede comer de todo pero boca abajo y ya verá usted como en dos meses el niño lo pone en la bascula y le da en negativo.

Efectivamente, en dos semanas aquel chiquillo era la versión masculina de Betty Espagueti y lo único que tenía era sangre en la cabeza de tanto hacer el pino.

Gracias a Piero del Mondongo y a la Seguridad Social aquel niño pudo lucir su traje blanco de marinero y recibió el cuerpo de Cristo con el peso en báscula que Dios manda. Incluso en su pía homilía el padre Cano elogió su esfuerzo y su castidad gastronómica llamando a los demás niños y niñas de su clase a no caer en la tentación de los macnugets de pollo y a seguir el ejemplo de ese santo infante que comía poca abajo, por tener un peso más bajo.

Para celebrar la llegada de Dios a aquel niño nacido en el hospital de Zamacola, su padre organizó la primera churrada popular casa Alfonso, que era el cristiano nombre que recibía el creador del protagonista de nuestra historia. Directamente desde La Marina comenzaron a llegar ruedas y ruedas de churros que fueron acompañados de cafeles con leche, manchaos, cortos de café, chocolates y algún que otro sevenap, porque hasta para comer churros hay gente hortera.

El tierno infante disfrutaba de los regalos que había recibido y regalaba sus fotos de niño dergao como si fuera Tom Cruise. En eso vino su madre y le dijo: Hoy mi niño no va a comer pocabajo. Siéntate allí en la esquinita junto a tu primo Juanaco y te voy a poner un platito de esos churritos que tanto te gustan. Era la tentación de Cristo, pero en versión churra. Cuando el niño ya cristiano de número vio venir el plato con los churros, doraditos, aún un punto calentitos, crujientes por fuera y esponjosos por dentro no pudo evitarlo y se comió tres o cuatro ruedas de churros con sus correspondientes cuatro litros de batido Ram de Chocolate. La señal de alarma saltó cuando el botón del pantalón de marinerito salió impulsado como si de un misil tomajau se tratara e impactó en el pómulo de su prima Vanesita, causándole una herida inciso contusa de carácter leve, salvo complicaciones por impacto de botón de pantalón de marinerito.

Tantos días de comer bocabajo, y después de un plato de churros todo al mismo...fracaso. El tierno infante volvió a la obesidad y en ella vivió perdido durante dos o tres años sin sospechar si quiera el peligro que tiene una croqueta.

Se llamaba Pili. Cree que la primera vez que la vio fue en Las Palomas. Solo a un niño como este se le podía ocurrir enamorarse en un bar de la calle Enrique de las Marinas. Lo primero que le llamó la atención no fueron sus ojos negros, como las aceituna, ni su pelo castaño, de un color bisté de lomo de ternera a la plancha. No fueron sus labios blancos como la leche merengada. Ni tampoco las pestañas bien puestas como media ración de gambas. A un niño así le enamoró de ella que se le había quedado un poquito de mayonesa en el labio después de comerse una doble de ensaladilla.

Aquella noche soñó con aquella jovencita de ojos color aceituna que, como si fuera un chicharito primaveral, coronaba una montaña de ensaladilla. Soñó que paseaban por La Caleta bajo una lluvia de pegotones de mayonesa y que en su boda en vez de arroz les tiraban bailas, borriquetes y mojarritas, pero ya fritos.

No comprendía como no se había fijado antes en Pili. Estaba en su mismo curso. La veía a diario. Recordaba que un día coincidieron en una visita a la piscifactoría de El Bosque que organizó el colegio y ella quedo impresionada por el grosor de la tortilla que llevaba el niño en el bocadillo.

Todos los colegios organizan excursiones a la piscifactoría de El Bosque, pero ninguno organiza excursiones a la cocina del freidor de Las Flores, cuando creo que en el segundo caso el proceso industrial es mucho más interesante.

De nuevo se cruzó en la vida del niño gordo su primo Juanaco. Cumplía doce años y para celebrarlo organizaron una merienda en casa. El más que preguntar por los invitados, preguntó qué de donde eran los bollos, más como eran del Don Pan, estimo necesaria su concurrencia.

Con el tiempo había desarrollado un sexto sentido. Su tia Juaní, hermana de su madre, había preparado la merienda en el salón. En una mesita había dispuesto unos cocacolas, unas fantas de limón, unos seven up y unos biofrutas sabor tropical de Pascual. En otra mesa estaba el festival Don Pan compuesto por bollería selecta, unas medias noches de foigrá y la tarta de cumpleaños de Juanaco con un doce encima de toa la cara de Iker Casillas, que era el ídolo del chiquillo.

Pero cual sería la sorpresa del ya adolescente obeso cuando entre las invitadas reconoció a Pili. Había elegido para la ocasión un pantalón verde espinacas casi crudas, ligeramente salteadas a juego con un yersi melocotón maduro. Llevaba el pelo recogido en una redecilla, como si la niña fuera una carne mechá.

Durante la tarde la verdad es que aunque la miró varias veces no se atrevió a acercarse a su grupo. Había sentido un impulso más fuerte de las miniensaimadas que había en la mesa. Terminó comiéndose el fondo Norte y parte de la Preferencia del Santiago Bernabeu de la tarta de Iker Casillas. Justo cuando iba por el banderín de corner, que era de straciatela, Juanaco decidió poner música porque quería bacilar del dvd con sonido dolby stereo sensorraund que le habían regalado.

Sonó bulería en el salón de tita Juani y el grupo de adolescentes bisbaleo a discreción. A la segunda bulería el Santiago Bernabeu comenzó a hacerse presente en el estómago del adolescente gordito y tuvo que pedirle a Camacho el cambio.

En el tiempo que estuvo en el vestuario, que fue largo, Pili se fue al Paseo Marítimo y el no pudo acompañarla y seducirla conviándola a una papa rellena. Por primera vez aquel adolescente se sintió gordo. Se fue para la farmacia de guardia y aquella noche cogió una tajá de Biomanán.

El efecto Pili fue fulminante. A pesar de que estaba resacoso por culpa del Biomanán se levantó a las siete y media de la mañana. Le costó trabajo subirse el pantalón del chándal. La sudadera la empapó ya del mismo esfuerzo de ponérsela y como no encontraba el calzado de deporte se colocó las chanclas de ir a la playa y salió como un loco a correr. Después de recorrerse tres calles como si fuera Fernando Alonso pero sin formula uno, aquel niño en trance concluyó que corriendo no se llega a ninguna parte y decidió que lo mejor sería la gimnasia pasiva.

Otra vez a la farmacia y se compró un aparato de esos milagrosos que te lo pones en la barriga y el hace las flexiones por ti. Se tiró en el sofá y se puso tres aparatos en los abdominales, dos en los glúteos semigrasos, dos en los muslos y uno en el deo gordo del pie derecho, porque hasta los deos de los pies se los veía obesos esa mañana.

Por Pili, por Pili, se decía para sus adentros mientras que la adelgazadora mecánica hacía su trabajo con ritmo incansable.

No desayunó y a media mañana en vez del medio manolete con chopempor y queso de barra, se tomó un kiwi y una barrita de muesli. En la clase de matemáticas pasó un hambre pa toas sus castas pero solo pensaba en la báscula a la que pediría resultados nada más salir de clase.

Corrió hacia la bascula con la misma intensidad que días antes hubiera corrido tras una fuente de papas aliñás. Hecho un euro y en la pantalla de cristal líquido le salió un 90,8. En gimnasia rítmica hubiera sido una magnífica puntuación pero para el era el más grande de los fracasos. Se sentía el Iñaki Saenz de los regimen. Tras una taja de biomanán, una carrera en chancla, una hora y media de gimnasia pasiva, un kiwi y una barrita de muesli, había perdido cien gramos.

Hizo cálculos y se dio cuenta de que a ese ritmo llegaría a los 55 kilos que era su peso ideal a los 48 años y a esa edad como iba a convía a Pili a papa rellena.

En un quiosco vió su solución: Pierda 20 kilos en dos semanas gracias a la dieta del doctor Contigomevoyaquedá. 1,5 euros le costó la revista. Buscó la página 33 y al lado de una foto del doctor Contigomevoyaquedá aparecía la instantánea de una tía gorda que en 20 días se convertía en tía buena perfectamente piropeable. Había que llamá a un 806 y allí mismo el propio Contigomevoyaquedá te dictaba el plan para dos semanas. Lo único que podía comer y beber era agua de alcachofas yodadas. Por su puesto tenía que ser de la marca Contigomevoyaquedá que en 24 horas pondría en su casa 300 botellas de litro de líquido milagroso, al milagroso precio de 6 euros la unidad más gastos de envio. Eso sí le regalaban al adolescente obeso un libro de Contigomevoyaquedá titulado Tú no va a adelgazá pero yo me voy a forrá.

A los dos días de agua de alcachofa, el joven estaba que se subía por las paredes. Para colmo la vecina de abajo estaba haciendo una berza y el olor llegaba hasta su habitación. Pensó en tirarse por el balcón para caer en la olla. Al tercer día el joven obeso resucitó, mandó al contenedor de basura el agua de alcachofa. Cual sería el hambre acumulada que a las seis de la mañana abrió el congelador y se comío un kilo de palitos de merluza de Pescanova sin descongelá ni ná.

Por Pili hizo la dieta del kiwi amarillo, jugó al waterpolo, se bebió antes de

desayunar dos litros de zumo de pomelo incluso bebió leche de soja y al final logró una cita con ella. Quedaron a las 9 para ir a ver al multicines del Palillero Spiderman 2, el hombre araña rasca de nuevo. Al salir el la quiso invitar a un topolino de Los Italianos. Pero Pili confesó que no tomaba nada entre horas que estaba a regimen. Yo también dijo el adolescente en proceso de adelgazamiento. Si pero yo estoy a regimen permanente y he perdido un kilo solamente. Animados con dos botellas de fontvella, agua ligera, siguieron contándose desgracias y penas de regímenes. Se palpaba la felicidad. Quedaron para una segunda cita en la que harían algo prohibido...Se comieron entre los dos una olla de menudo. Era su rebelión contra los puñeteros regimen

Viva la libertad gastronómica. No a los regímenes.

Pepe Monforte