En alguna ocasión había leído algún comentario de Ferrán Adriá en la que decía, "...yo cocino para emocionar..." o bien este otro, "...la cocina es como el sexo, está para disfrutarla...", y la verdad es que no me resultaron indiferentes, aunque no llegaba a entender la profundidad de estas afirmaciones. Los amantes de la buena mesa, del buen comer o de la gastronomía en conjunto, denominados con cierta guasa como "gourmets", tenemos un cierto grado de conocimiento de las peripecias de este cocinero catalán considerado por muchos como un auténtico "revolucionario en el arte culinario" y gran impulsor de la llamada cocina "creativa, imaginativa o de autor". Pero si nos adentramos en el conocimiento del personaje, sabemos que está considerado como uno de los mejores cocineros del mundo, consideración que se hace extensiva al Restaurante que regenta, y que está dotado con tres estrellas de la Guía Michelin desde hace varios años.
Sirva esta breve introducción para contarles lo que ha sido para mi una experiencia única. Hace más o menos un mes, concretamente el 11 de Abril fecha que ya es de referencia en mi más que modesto curriculum gastronómico- cené en El Bulli.
Desde la otra punta de esta España cañí, mi Cai güeno, en amistosa y agradable compañía, en un día tan pasado por agua que llegamos a Rosas, como Moisés "...apartando las aguas del Llobregat..." y contactamos con nuestros anfitriones catalanes que nos subieron a la Cala de Montjoi (asignatura pendiente para otro paseo más reposado por esa zona), lugar de asiento de uno de nuestros templos gastronómicos. En dicha subida nuestros amigos nos contaron las argucias empleadas para lograr mesa en un local que cubre sus reservas con meses de antelación, y así nos metimos directamente en el corazón del restaurante. Una espaciosa, funcional y moderna cocina, donde una jartá de jóvenes obreros bullían en la elaboración de variados y sofisticados manjares.
Juli Soler, maestro de ceremonia, con una amabilidad natural y " más mundo recorrido que el baúl de la Piquer"...que decimos por aquí, con el embrujo de un delicado cóctel nos introdujo en los entresijos del lugar. De ahí pasamos a un elegante salón con una distribución magnifica de sus mesas, comunicándonos de que a pesar del diíta en cuestión (¡¡Girona estaba en alerta roja!!) no habían tenido anulaciones de reservas. Ya en esos momentos pensaba que la aventura merecía la pena, y todavía me embarga la emoción de su recuerdo.
Con un cuidado y esmerado servicio, y acompañado de magníficos caldos, nos dispusimos a degustar lo que el maestro había dispuesto con el encomiable objetivo de emocionarnos....aunque he desistido en este recuerdo hacer un repaso pormenorizado de los diferentes "platos" que tuvimos la ocasión de disfrutar. ¿Platos?, ¿preparaciones?, ¿menú largo y estrecho?, ¿bocaditos?, ¿delicadezas?..."uff...yo que sé...". Con una cadencia y ritmo estudiados, se fueron sucediendo un gran número de "delicias culinarias" como una sinfonía de sabores, aromas, texturas..., que traducían una cuidadosa elaboración. Una elaboración singular, minuciosa, detallada.... que rezumaba horas de trabajo y estudio, con un metódico trabajo artesanal no exento de rigurosidad, yo diría, que científica. (Ver menú completo)
Con una sencillez casi inadvertida, nos comentaban la composición de cada elaboración y aconsejaban el modo de saborearlas, y esa simpleza se transforma en algo emocionante y a veces indescriptible cuando se funde en el paladar, como una transgresión sensorial de difícil explicación. Ocasionalmente aparece Juli Soler, con un perfecto dominio del terreno que pisa, hace algún comentario que te ayuda a valorar, aún más si cabe, la magnifica composición culinaria que se está orquestando entre bambalinas. Me resulta dificultoso buscar adjetivos para expresar mi, o mejor, nuestra admiración por el momento que vivimos, que busca su meta con las llamadas "mis pequeñas locuras", que nos ofrecen con el café y la copa de despedida.
De ahí volvimos a la cocina, donde nos esperaba el "maestro", cerebro de la revolución culinaria ofrecida y que realmente nos había emocionado. Ferrán se mostró sencillo y amable, algo parco en palabras, como queriéndole quitar importancia a nuestras felicitaciones, a las que, sin duda, debe estar más que acostumbrado. Como antes lo había comentado Juli, nos transmitió su admiración por la cocina andaluza, recordándonos que regentan la Hacienda Benasuza sita en Sanlúcar la Mayor (Sevilla), lugar donde también podemos emocionarnos sin atravesar nuestra "piel de toro" de punta a punta. Con su dedicatoria a nuestro Grupo Gastronómico y el regalo de dos de sus libros gastronómicos, nos despedimos hasta otra ocasión.
P.D.: El viaje de vuelta, tras una mínima cabezá en nuestro hotel de Rosas, fue pródigo en recordar y celebrar la magnifica velada vivida. En resumen una "locura gastronómica"...Si recuerdan aquella anécdota que se cuenta del torero Dominguín en su aventura con Ava Gadner, en la que tras pasar la noche juntos, cuando el torero se dispone a irse, ella le cuestiona ¿qué a dónde va?, y él le contesta..."Adonde voy a ir, A CONTARLO...", si la recuerdan como les decía entenderán el por qué de esta crónica.
¡¡¡Buen Provecho!!!
José M. Pérez Moreno