En la visita a la bodega, fuimos comprobando la evolución de un mismo vino a través de los trasiegos, refrescos y desarrollo, ya sea bajo el perenne velo de flor sanluqueño -que dota de esa finura sin par a la manzanilla- ya sea en la fase de oxidación
Pues allá que nos fuimos a buscar un lugar escondido desde hace mucho, y a fe que lo encontramos gracias a los manejos de nuestro compañero Eloy, un poco alejado de lo que es la habitual vorágine sanluqueña, en el barrio bajo, pero antes de alcanzar el coso taurino de la ciudad.
La visita, sin embargo, no comenzó en la taberna en sí, sino que nos fuimos directamente a una pequeña bodega, antigua nave de rederos, que había fundado Manuel Martín Guerra “Er Guerrita” para los amigos, tras dejar su trabajo en las bodegas de Delgado-Zuleta, gran abastecedor de graneles de los establecimientos de la capital y que gira bajo el nombre comercial de “Vinos Según Cede”, como indica en la pequeña puerta de acceso. Allí nos esperaba el propio “Guerrita” para explicarnos la elaboración de sus vinos, desde los mostos base hasta un palo cortado de grandísimo sabor, pasando por manzanillas finas, pasadas, “amontilladas” (aunque no es término admitido por el Marco), amontillados en sí, olorosos y palo cortado, todo ello adobado con una cata vertical en la que fuimos comprobando la evolución de un mismo vino a través de los trasiegos, refrescos y desarrollo, ya sea bajo el perenne velo de flor sanluqueño que dota de esa finura sin par a la manzanilla, ya sea en fase de oxidación. Alusiones constantes al sucesor del dueño, su hijo Armando, que continúa el negocio y se abre a las nuevas elaboraciones de los viejos vinos de pasto, ya sea mediante colaboraciones en otras bodegas o a través del Club Contubernio, creado para elaborarlos, darlos a conocer y disfrutarlos.
La taberna dispone de un salón de catas rodeado de botellas de vinos de casi todas las bodegas del marco de Jerez.
Aunque para evitar que la cata nos resultara algo perjudicial, se acompañó con los consabidos paliativos de queso, chorizo, salchichón y piquitos, tras la misma y la minuciosa y apasionada explicación “der Guerrita”, ya partimos para la taberna, a fin de seguir degustando el vino, pero con platos más elaborados y enjundiosos, todo lo cual tuvo lugar en un salón de catas que tienen preparado al extremo de la taberna, aislado del resto y rodeados de botellas de todo tipo de vinos y de bodegas, si bien a muchos nos pareció más coqueto una sala de catas más pequeña que había anexa, pero para un público menos abundante, y en donde había vinos de casi todas las bodegas del marco en un espectáculo que hacía que se nos cayeran las lágrimas a borbotones.
La cosa empezó, cómo no, por unos platos de papas aliñás con melva, de buen sabor, aunque quizás un pelín pasadas de cocción, como algunos indicamos, y una estupenda ensaladilla de pulpo de la que dimos buena cuenta. Algún comentario de un comensal dio lugar a una “distendida” charla con el cocinero, que se acercó para explicarnos cómo elaboraba él las papas aliñás a la manera sanluqueña. No llegó la sangre al río, por supuesto. La manzanilla amansa a las fieras … o no. Y tanto la manzanilla como la cerveza y el agua (había conductores entre nosotros), siguió corriendo a plan.
Tras el lucimiento de la patata de navazo, llegó otros imprescindibles de la zona: el marisco y el pescao frito. El marisco, por supuesto, langostinos de mediano tamaño y estupendo sabor y gambas de no menos sabrosura y habitual finura. La fritada, en esta ocasión, estuvo representada por calamares, chocos y marrajo, con perfecto punto de fritura, aunque el marrajo es poco dado a esta forma de elaboración y nos resultó algo seco. Nada que la manzanilla de la casa, que seguíamos trasegando, no pudiera arreglar.
Pero la cosa no había terminado, y el colofón lo puso un buen cuenco de estupenda berza para cada uno, con todos sus aditamentos, que acabó del tirón con los efluvios que habíamos ido acumulando. A todo lo largo de la comida protagonizó “Er Guerrita” un par de apariciones para ir comentando la cosa hasta que se tuvo que ir a sus quehaceres cotidianos, no sin antes declararnos el consabido amor eterno..
Terminó nuestra visita a ese lugar que ya no está tan escondido, y que debe ser un nuevo acicate para volver a pensar, en poco tiempo, en algún otro de los múltiples lugares de culto gastronómico de Sanlúcar de Barrameda.
José María Rosso López